Parece que espero con ansia la noche, empieza
a ser el mejor momento del día. Poco a poco la gente con la que hablo se va
yendo a dormir, tienen responsabilidades al día siguiente. De algún modo les
tengo envidia, tienen algún tipo de rutina estudiantil o de trabajo, algo que
me gustaría tener. Al final me quedo embobado hasta las tantas leyendo
artículos cada vez más chorras. Solo estamos mi insomnio y mi cara de cansado y
pensativo. Voy a la cocina a tomar un café o lo que sea. ¿Café? Sí, eso sería
perfecto para dormir. Mejor me hago un Nesquik… En vez de tomármelo en la
habitación voy a hurtadillas a la terraza, pero la maldita puerta chirría más
cuanto menos ruido quieres hacer.
Hace un frío de cojones, y más después de
haber llovido, pero de alguna manera lo echaba de menos. Las calles húmedas, el
parpadeo de la farola (que lleva así desde que tengo uso de razón), el chirrido
de algún grillo y gente que vuelve a casa después de “una gran noche” o de
currar. Respiro hondo y el aire frío me llena los pulmones. Me da un
escalofrío, normal, ¿A quién se le ocurre salir en manga corta con este frío?
He temido por la taza, que con el tembleque casi se me cae y la lío ya de
madrugada, menos mal que no ha pasado nada.
Doy pequeños sorbos a la taza y la dejo en una
mesa cercana, cruzo los brazos y me veo en el reflejo de una ventana en el
edificio de enfrente. La de cosas que han pasado en menos de un año, demasiadas
tal vez. Intento no ponerme nostálgico, pero muchas cosas me vienen a la cabeza…
Ahora solo hay una falsa simpatía para que no haya malos rollos, una sonrisa
forzada para mantener un mínimo contacto y fingir que no ha pasado nada.
Cojo la taza y bebo lo que queda del Nesquik, parece que es un pequeño calmante
para tanto drama. Mejor me voy a la cama, que ha sido una noche rara.
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