lunes, 17 de diciembre de 2012

Ese silbato sordo del tren

Siempre me había gustado ese sitio. Era un puente a nivel de la antigua estación de tren. La estación la habían cambiado hace ya tiempo y estaba derruida, pero el puente aun seguía ahí. Una estructura de metal indomable a la intemperie. Era un lugar en calma, solo se oía el viento mecer la hierba alta de su alrededor y algún que otro chirrido de las vías. 
Los trenes aun pasaban por allí, aunque ahora solo eran los de mercancías.  El silbato del tren lo inundaba todo cuando sonaba, era un sonido sordo tal que apagaba cualquier otro ruido que hubiera a su paso. Cada vez que me encontraba allí, en lo alto del puente y pasaba un tren, me daban ganas de gritar, quería callar a las voces de mi interior y quedarme afónico de la mía propia. Era como soltar todos tus secretos y saber que nadie podría escucharte.
No voy a negar que en cada grito alguna lágrima soltase, pero por algún lado tenía que salir todo aquello acumulado. Tengo mis propios problemas, como todos, y ese era mi lugar especial dónde expresarme yo mismo sin temor a ser juzgado. ¿Quién va a juzgar a una voz rota por un silbato de un tren?

Hace mucho que no voy, está lejos de dónde vivo ahora, pero supongo que un día tendré que volver. Fue el lugar donde me encontré con ella, donde me acerque por detrás abrazándola y le dije al oído que no había otra mujer en mi vida que ella. Me acuerdo que sonrió sonrojada y me llamó idiota, justo después me besó. Pasó un tren y nos dijimos casi sin poder oírnos que nos queríamos. Nos quedamos allí hasta casi el anochecer. Las cosas han cambiado, pero no deja de ser un buen recuerdo.

Tantos recuerdos alberga ese lugar... tantas penas y alegrías guardan ese amasijo de hierros. Me da pena que lo vayan a derruir, para mi no deja de ser un sitio especial. Pero supongo que es lo más normal, cuando se sueltan unos tornillos, y caes al vacío escuchando ese silbato sordo del tren.